LA VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR Y SU INCIDENCIA
EN EL DESARROLLO DE NIÑOS Y NIÑAS
PRESENTACIÓN DE LA MINISTRA DEL SERVICIO NACIONAL DE
LA MUJER DE CHILE, CECILIA PEREZ DIAZ,
EN XIX CONGRESO PANAMERICANO DEL NIÑO
OCTUBRE 2004
La violencia de género en general y la violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja en particular, es un fenómeno histórico presente en gran parte de las culturas humanas, sin límite de edad, clase social, raza, ideologías o religión. Es una realidad todavía escondida, tiene mucho que ver con sociedades en las cuales se sitúa a las mujeres en una posición de inferioridad económica, social, cultural y emocional respecto de los hombres.
Desde hace algunas décadas las distintas expresiones de este tipo de violencia comenzaron a ser concebidas como una violación a los derechos humanos. Sin embargo, en muchos lugares del mundo estos no llegan a ser reconocidos para las mujeres, ni respetado a cabalidad en sociedades donde constitucionalmente han sido proclamados
Los compromisos internacionales en esta materia surgen en la
década de los 70, a partir de
los primeros estudios e investigaciones que manifiestan la existencia y
práctica de verdaderas culturas de
violencia contra la mujer en todo el
mundo.
Durante esa misma década, la Asamblea General de Naciones Unidas aprueba la Convención Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (1979), la cual insta a los Estados Partes a tomar medidas para modificar patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, eliminar prejuicios y prácticas basadas en la idea de inferioridad/superioridad de cualquiera de los sexos o funciones estereotipadas de género.
A partir de entonces, diversos encuentros internacionales han ido
avanzando en la definición de conceptos e instrumentos que permiten identificar
y abordar la violencia hacia las mujeres, quedando configurado que la violencia de género es una problemática
compleja, cuya existencia se funda básicamente en la desigualdad existente
entre hombres y mujeres, desigualdad que es construida culturalmente y que es legitimada y reproducida por las
propias estructuras sociales.
La
violencia de género asume distintas formas, desde la violencia emocional a la
violencia física, desde el acoso u
hostigamiento sexual hasta la explotación sexual y tráfico de mujeres y niñas;
desde mutilaciones genitales hasta la esclavitud; desde violaciones masivas y torturas sexuales en tiempos de
guerra hasta violaciones a mujeres y niñas refugiadas y desplazadas.
Sin embargo, la expresión más común y
perversa de la violencia que se ejerce
contra las mujeres es la que se da en su entorno afectivo más cercano,
particularmente la que ejercen sobre ellas
sus parejas. (cónyuges, convivientes, novios).
Existen algunos mitos que se han construido en torno a la Violencia Intrafamiliar que han distorsionado no sólo los debates sobre ella, sino también las formas de abordarla.
Uno
de ellos dice relación con la cuestionable oposición que se hace entre lo que
corresponde a la “esfera privada” y lo que corresponde a la “esfera pública”,
que instala la idea de que existen
regímenes jurídicos diferentes para tratar situaciones de violencia
contra las personas, según estas se produzcan en el seno de la familia o en un
ámbito fuera de ella. Se justifica así
que esta esfera privada, donde dominan las relaciones interpersonales, se
encuentre en un estado de retraso respecto de la esfera pública y por lo tanto
no estaría aún integrada al ámbito del derecho.
No
obstante, tanto la historia como la sociología desvirtúan esta hipótesis al
sostener que la esfera privada, como tantas otras concepciones culturales, es una construcción social que se diseña a
partir del derecho. Se trataría de una especie de excepción respecto del
derecho y por lo tanto no representaría un estado anterior al estado de
derecho, sino que, por el contrario, representaría un estado posterior creado
por el derecho positivo[1].
Otro
mito es la creencia de que los hombres que ejercen violencia contra sus
parejas, y/o contra otros miembros de
su familia, son enfermos, locos, con
problemas de comunicación; alcohólicos,
drogadictos, etc. Aunque algunas veces estas situaciones coexisten, la
mayoría de las veces se trata de hombres comunes y corrientes que eligen usar
un comportamiento violento e intimidante para controlar y dominar a las
mujeres. Es importante entonces
derribar este mito de la enfermedad, pues
el no hacerlo significa no responsabilizar a los hombres de sus acciones, dejando
muchas veces a las mujeres y sus hijos en situaciones de mayor riesgo.
Se sabe que las mujeres que sufren violencia por parte
de sus parejas pueden desarrollar lo que en alguno estudios se denomina
“estrategias de alivio”, como son la ingesta abusiva del alcohol, las drogas y
los fármacos. Algunas pueden llegar a
cometer delitos menores –como el hurto- con el fin de obtener recursos para su
propia sobrevivencia y la de sus hijos, o delitos más graves –como matar a su
pareja- como una estrategia de autopreservación.
A menudo los niños y niñas
han sido llamados “las víctimas olvidadas” de la violencia intrafamiliar e
históricamente quienes tienen
responsabilidades legales o programáticas de prevención, protección y atención
del maltrato infantil, han visto separadamente el abuso de las mujeres del
abuso de sus hijos. Sin embargo,
reiteradamente las investigaciones han sugerido que es altamente probable encontrar maltrato infantil en contextos
donde las madres de los niños son violentadas[2].
Así como la Violencia Intrafamiliar tiene un alto impacto en la maternidad, también la tiene en la vida cotidiana de los miles de niños y niñas que directa o indirectamente conviven con ella.
Una mujer que sufre violencia y que por tanto ve afectada su salud y estado físico, mental y emocional tendrá mayor dificultad para dar a sus hijos e hijas la atención, el afecto y los cuidados apropiados. Muchas veces la forma en que una mujer se relaciona con sus hijos puede cambiar radicalmente cuando su pareja se encuentra en casa, lo que a su vez puede generar una tremenda confusión en los niños. Ella puede elegir castigarlos o maltratarlos como una forma de prevenir un abuso aún peor por parte de su pareja, si ella no consigue mantener a los niños disciplinados y bajo las normas de control que él ha impuesto.
Haber
presenciado, escuchado o vivido
violencia deja a los niños muy asustados, angustiados y ansiosos con
respecto a su propia seguridad, a la de sus hermanos y su madre. Las amenazas
que puede proferir un agresor son muy reales para los
niños, quienes rápidamente aprenden a conocer las consecuencias de dichas
amenazas, pueden sentirlas, escucharlas, olerlas y hasta predecirlas. En este
contexto, las posibilidades de abuso directo hacia los niños y niñas es más
fácil y rápido de conseguir.
Se
sabe que alrededor del 60% de los niños
que viven con madres agredidas también son o serán directamente abusados por el
agresor de sus madres[3].
Dado
que la violencia intrafamiliar es una experiencia de aislamiento brutal para
los niños, resistirla y buscar ayuda puede también resultar ser un ejercicio solitario y difícil de concretar.
Sufrir cualquier tipo de maltrato
involucra un uso indebido del
poder y un abuso, por parte del agresor, a la confianza del niño. En estos
casos los niños también pueden culpar a la madre no agresora, porque no pueden
entender la incapacidad de la mujer para pararse frente a su agresor y
enfrentarlo, o para dejarlo.
Los
niños y niñas que viven situaciones de violencia intrafamiliar, al igual que
sus madres, también desarrollan
estrategias de alivio que a la larga pueden tener consecuencias negativas. No
asistir al colegio es una de las más recurrentes. Las depresiones, el consumo
de alcohol y drogas, participación en riñas callejeras y conductas
autodestructivas son las estrategias de alivio más usadas por los niños y niñas
en edades menos dependientes de sus
madres.
Las
formas más habituales de maltrato infantil –o violencia contra niños y niñas-
son: La negligencia, el maltrato
físico, el abuso sexual, la violación y el maltrato emocional.
De
acuerdo a estudios realizados en distintos países de América Latina, la mayoría
de los casos de maltrato infantil tienen como responsable de ellos a la madre
de los niños. Estudios en Chile corroboran esto, como lo hace también un estudio realizado el año pasado, en
México, donde se constató que un 68% de
los casos denunciados habían sido cometidos por las madres, versus un 32%
cometidos por los padres[4].
Respecto
de esta materia, se sostiene que las madres aparecen como más maltratadoras de
sus hijos porque son las que permanecen más tiempo con ellos, a diferencia de
los padres que suelen estar la mayor parte del tiempo fuera de la casa. Esta
hipótesis debería ser revisada,
analizada y complementada a la luz de toda la
información que hoy existe sobre la violencia de género y la violencia
doméstica en particular. Los antecedentes recopilados dan cuenta de situaciones
mucho más complejas, necesarias de conocer al momento de evaluar quién puede
proteger mejor el desarrollo integral y el bienestar de los niños y de qué manera se puede apoyar a
quienes deberían ser los garantes principales del cumplimiento pleno de sus
necesidades de desarrollo y de sus derechos.
Hecha
la relación que existe entre violencia intrafamiliar y maltrato infantil, lo más efectivo al momento de pensar en
mecanismos de protección para los niños, independientemente de qué miembro de
la pareja o de la familia aparezca como el o la causante del maltrato, lo más
efectivo será proteger, apoyar,
fortalecer y empoderar a la mujer-madre maltratada.
También
se debe trabajar con los hombres abusadores.
Ellos deben dejar de ver a sus hijos (o a los hijos de sus parejas) como
extensiones de las mujeres o como pseudo personas frente a los cuales no tienen
responsabilidad respecto de sus necesidades de cuidado, desarrollo, respeto y
cumplimiento de derechos. Nuestras sociedades deben considerar recursos,
políticas y mecanismos de apoyo para ellos, especialmente cuando ese apoyo
tenga una consecuencia directa en lo que conocemos como “el Interés superior
del niño”.
Los niños, niñas y
adolescentes que han sido víctimas o testigos de violencia intrafamiliar, a
menudo presentan problemas de conducta, trastorno de aprendizaje, bajo
rendimiento escolar, tendencia al aislamiento, timidez e introversión.
Consideraciones
finales
La
violencia contra las mujeres, particularmente la que viven a manos de sus
parejas, constituye un grave problema de violación de los Derechos Humanos,
representando un obstáculo para el desarrollo de las sociedades democráticas.
Se estima que las desigualdades de género y su expresión más dramática, la
violencia de género, son unas de las últimas barreras que la humanidad deberá
derribar para avanzar hacia la equidad y la paz. Lograr este cambio incluye la
transformación de actitudes y prácticas en todas las sociedades y para todas
las personas
La
violencia intrafamiliar da cuenta, a lo menos de tres efectos que la hacen
particularmente preocupantes:
i.
al ser relacional tiende a perpetuarse, ya que se
hace parte de la organización familiar,
ii.
al estar instalada en los vínculos afectivos más
íntimos sus consecuencias son más dañinas para las personas involucradas, y
iii.
al ocurrir en un espacio que consideramos privado, la
respuesta social se hace más
difícil.
Es
importante que los Estados comprendan que la violencia que sufren las mujeres
las priva del ejercicio de sus derechos como ciudadanas, y que a los actos mismos de violencia se suman las
condiciones en que se producen, que son de tal naturaleza “que resulta difícil
implementar recursos de control social capaces de regular e impedir esas
prácticas, las que por lo tanto, tienden a repetirse”.[5]
Es indispensable
abordar el tema de la Violencia Intrafamiliar con perspectiva de género,
especialmente con los niños y niñas y desde las edades más tempranas, de manera
que con ellos, desde ellos y entre ellos,
se vayan reconstruyendo referentes de género renovados, equitativos y
democráticos, que tengan impacto no sólo en
sus vidas psicológicas y emocionales de niños, sino también en sus conductas y relaciones de adultos.
Santiago de Chile, Octubre 2004
[1] Delphy, Christine, “El estado de excepción: la derogación del derecho común como fundamento de la esfera privada”, en Nuevas Cuestiones Feministas, 16, 1995, n° 6, pag. 73-116
[2] Stark, E and Flitcraft, A (1988)
Women and Children at Risk: a Feminist Perspective on Child Abuse, in
International Juornal of Health Service, 18 (1) pp. 97-118
[3] Bullock K. Shorstein S. Improving
Medical Care for Victims of Domestic Violence. Hospital Physicians 1998;
34(9):42-58
[4] Programa de Prevención del Maltrato al Menor, Sistema DIF Jalisco, estudio realizado durante los años 1995, 1997 y 2001.
[5] Ravazzola,
Ma. Cristina: Historias Infames: los maltratos en las relaciones. Ed. Piados, Bs. As. 1997.